La casa y el taller de Irene Grau se localizan en el fondo del valle que enmarca la aldea de Suevos, en el municipio coruñés de Ames. Rodeada de masas de árboles y a unos cientos de metros del río Tambre, la belleza de la parcela esconde un secreto: su suelo no ofrece resistencias hasta que se alcanzan los seis o nueve metros de profundidad. Con este soporte, la obra es el resultado de un largo proceso de reducción que se apoya en dos movimientos principales. En primer lugar, resolver la cimentación con un sistema de pilotes metálicos roscados que evitaban la maquinaria pesada y reducían su incidencia sobre el suelo. Y, en segundo lugar, proyectar con la lógica de un sistema constructivo de bajo peso y mínimo impacto ambiental.

La ligereza, por tanto, está en la base de la obra y constituye su directriz más importante. Todos sus componentes desmontables, de baja huella de carbono y, con la excepción de los pilotes roscados, proceden de Galicia y Portugal. Su combinación propone una tectónica directa que se ha tratado de poner en valor y que, sorprendentemente, produce una imagen que remite a las arquitecturas vernáculas de la zona, pero que no renuncia a una estética decidida en su activismo medioambiental. Esta es seguramente la aportación más relevante de la obra: reactivar materiales locales a través de sistemas contemporáneos para avanzar en los modos en que la arquitectura construye su lugar.