Respuesta a un territorio hiperconectado
Espacio y tiempo son las dimensiones fundamentales sobre las que se ha construido la vida humana. Sin embargo, en las últimas décadas, estos conceptos han sufrido una transformación profunda, impulsada por el desarrollo de las tecnologías de la información y la hiperconectividad global a la que nos vemos sometidos. Los límites físicos e identitarios que tradicionalmente definían el territorio han sido desplazados por un entramado dinámico de relaciones que circulan a través del flujo constante de datos, capital, bienes, energía y personas. Frente a este nuevo escenario, la arquitectura, disciplina históricamente vinculada a la estabilidad y la permanencia, se enfrenta al reto de operar en un mundo estructurado por dinámicas móviles, interdependientes y en continua mutación.
En este contexto, resulta pertinente preguntarse cómo ha evolucionado la arquitectura española en los últimos años frente a estas nuevas condiciones. ¿Qué modelos han sabido incorporar estas transformaciones en su lógica espacial y material? ¿Dónde se sitúan hoy las prácticas capaces de integrar movilidad y arraigo sin caer en fórmulas convencionales ni estéticas deslocalizadas? ¿Qué papel puede tener esta arquitectura a la hora de interpretar y transformar el presente?
El concepto de espacio de los flujos, formulado por Manuel Castells a comienzos de siglo, ofrece un marco inicial para pensar estas cuestiones. Castells describe una organización espacial en la que los nodos, más que los lugares, articulan la vida social, económica y política contemporánea. En sus palabras, “el espacio de los flujos tiende a disolver el significado histórico del lugar, al hacer que la función y el significado dependan de su inserción en los flujos de redes”1. Aunque este diagnóstico conserva vigencia, el paso del tiempo y el impacto de nuevas crisis, climáticas, energéticas, logísticas o geopolíticas, han complejizado aún más este panorama, obligando a revisar tanto la materialidad de los flujos como sus consecuencias sociales, territoriales y arquitectónicas. Esto plantea un reto fundamental para la arquitectura: ¿Cómo materializar la interdependencia de estos flujos sin perder la identidad de los lugares en los que se insertan?
Hoy, el territorio se ha convertido en un campo de fuerzas tensionado por infraestructuras que operan muchas veces desde la invisibilidad: centros logísticos, plataformas digitales, corredores migratorios o redes energéticas configuran nuestro entorno tanto como los espacios que tradicionalmente ocupaban el centro del proyecto arquitectónico. Esta condición plantea un desfase evidente: mientras estas infraestructuras sostienen el presente contemporáneo, gran parte de la arquitectura convencional continúa operando como si nada hubiese cambiado.
La propuesta conceptual de flujos comunes nace de esta observación crítica. Su objetivo no es celebrar la movilidad ni idealizar la interconexión, sino proponer una lente que permita identificar prácticas arquitectónicas capaces de situarse en este nuevo régimen de relaciones. Esta edición de la bienal busca reconocer aquellas prácticas que, desde la precisión o desde la precariedad, desde lo construido o desde lo especulativo, han sabido responder a las condiciones proyectuales de nuestro tiempo. Arquitecturas que no operan al margen de los sistemas que las rodean, sino que los leen, los atraviesan o los alteran, y que entienden el proyecto no como objeto acabado, sino como posicionamiento activo dentro de un territorio en constante mutación.
Este plano del ámbito nacional no representa un territorio estático, sino un paisaje en movimiento. A través de una investigación cartográfica que combina datos, observación e interpretación crítica, se trazan los flujos que configuran hoy el espacio habitado: infraestructuras energéticas, corredores migratorios, redes logísticas, sistemas extractivos, plataformas digitales y estructuras ecológicas. No se trata de mostrar cómo es el territorio, sino cómo se mueve, cómo circula, cómo se transforma.
De este ejercicio nace Flujos comunes, una bienal que entiende el movimiento como clave para leer el presente. Sus cinco campos, materiales, personas, energía, datos y medioambiente, no derivan de una teoría previa, sino que emergen de la observación directa del territorio como una red interconectada de flujos, fricciones y vacíos. El mapa no es ilustración, sino método: un soporte que organiza la mirada y define los criterios curatoriales de esta edición.
A partir de esta base, Flujos comunes rastrea prácticas arquitectónicas que no operan desde la excepción, sino desde su implicación en los sistemas de movimiento contemporáneos. Arquitecturas que leen activamente su contexto y trabajan con las condiciones materiales, sociales y ecológicas que estos flujos desplazan o activan.
Para reconocer las arquitecturas situadas que propone esta bienal, es necesario leer el territorio como un entramado de flujos interdependientes. Los movimientos de materiales, personas, energía, datos y procesos medioambientales no actúan de forma aislada, sino que se cruzan, se tensionan y generan nuevas formas de habitar.
Flujos comunes identifica en esos desplazamientos los conflictos y oportunidades que definen el presente. Desde la extracción de recursos hasta la movilidad cotidiana, desde la infraestructura energética hasta las redes de información, cada flujo revela una dimensión material, social y ecológica que transforma el espacio y redefine la práctica arquitectónica.
Más que una clasificación, estas cinco categorías son herramientas de lectura: permiten entender cómo la arquitectura se inserta en sistemas dinámicos y cómo, desde la observación crítica y el compromiso con lo común, puede intervenir para transformarlos.
Extracción, logística, residuos, circularidad, trazabilidad, reciclaje, cadena, infraestructura, territorio
El flujo material aborda la arquitectura como parte inseparable del metabolismo físico del territorio. Toda construcción forma parte de una cadena de extracción, transporte, ensamblaje y desecho que deja huella en el paisaje y en las estructuras sociales y económicas que lo sostienen. Este flujo analiza cómo la materia circula, cómo se acumula y cómo se transforma, revelando los vínculos entre arquitectura, producción y ecología.
Lejos de entender los materiales como un recurso neutral, Flujos comunes propone leerlos como agentes políticos y culturales que organizan el espacio y distribuyen el valor. La atención se desplaza así desde el objeto construido hacia los sistemas que lo posibilitan, invitando a reconsiderar la arquitectura como un proceso en continuo intercambio con el territorio.
Las prácticas incluidas en este ámbito no buscan únicamente reducir impactos, sino repensar la propia condición material del proyecto: cómo se obtiene, se transforma y se devuelve la materia. En ese gesto, el flujo material se convierte en un campo de reflexión sobre la ética de la construcción, la economía de recursos y la posibilidad de construir desde la inteligencia, la contención y la responsabilidad colectiva.
Movilidad, migración, arraigo, desplazamiento, inclusión, fronteras, comunidad
El flujo de personas aborda la movilidad humana como una fuerza estructural del territorio contemporáneo. Lejos de ser un fenómeno excepcional, la movilidad atraviesa la vida cotidiana en todas sus formas: migraciones, desplazamientos laborales, turismo, refugio, éxodo o búsqueda de arraigo. Este flujo examina cómo la arquitectura participa en esos procesos, configurando espacios de tránsito, de exclusión o de acogida.
En Flujos comunes, la movilidad se entiende como una condición que redefine las nociones de hogar, pertenencia y comunidad. La arquitectura, en este contexto, deja de ser un marco estable para convertirse en un dispositivo que media entre movimiento y permanencia, entre hospitalidad y frontera.
Más que dar respuesta a una urgencia coyuntural, el flujo de personas invita a pensar la arquitectura como práctica social: capaz de imaginar formas espaciales que amplíen el derecho a habitar, que reconozcan la diversidad de los cuerpos y que activen vínculos donde antes hubo desplazamiento. Se trata de comprender el movimiento no solo como problema, sino como posibilidad de reconfigurar colectivamente los modos de vida contemporáneos.
Transición, dependencia, infraestructura, termodinámica, producción, reconversión, metabolismo, recuperación
El flujo de energía explora la dimensión territorial y simbólica de la transición energética. La energía no es solo una cuestión técnica o ambiental, sino una fuerza política que reconfigura el espacio, redistribuye el poder y condiciona los modos de vida. Las infraestructuras que la producen, almacenan o transportan construyen una nueva geografía de dependencias y oportunidades, donde la arquitectura actúa como mediadora entre sistemas técnicos y experiencias cotidianas.
En Flujos comunes, la energía se concibe como un medio activo que organiza las relaciones entre materia, clima y sociedad. La arquitectura deja de ser un simple consumidor o contenedor energético para convertirse en parte del propio metabolismo territorial. Este enfoque invita a pensar el proyecto como un dispositivo que capta, transforma y redistribuye energía en múltiples sentidos: físico, ecológico y social.
El flujo de energía plantea, así, una reflexión sobre la responsabilidad proyectual frente a los procesos de transición y sobre la posibilidad de imaginar infraestructuras más equitativas, sensibles y abiertas. Pensar la energía es, en última instancia, pensar cómo habitamos el cambio y qué papel ocupa la arquitectura en la configuración de ese nuevo horizonte común.
Conectividad, interfaz, viralidad, vigilancia, reproducción, servidor, datos
El flujo de datos aborda la arquitectura en su vínculo con la infraestructura invisible que sostiene la vida contemporánea. La conectividad digital ha transformado profundamente las formas de producir, representar y habitar, desplazando los centros de conocimiento hacia redes distribuidas y espacios intangibles. La arquitectura, en este contexto, ya no se limita a construir materia, sino también a mediar entre cuerpos, información y sistemas de control.
En Flujos comunes, los datos se entienden como una nueva materia del territorio: circulan, se acumulan y generan huellas espaciales que reorganizan el paisaje y las relaciones sociales. Este flujo examina cómo la arquitectura puede hacer legible esa realidad oculta, intervenir en sus infraestructuras o activar espacios de intercambio más justos, abiertos y críticos.
Pensar desde el flujo de datos implica repensar la arquitectura como medio cultural: una disciplina que traduce información en forma, y que puede cuestionar la opacidad de los sistemas que gobiernan la conectividad. Frente a la abstracción de la red, la arquitectura se propone aquí como interfaz sensible, capaz de devolver experiencia, presencia y conciencia al mundo digitalizado.
Riesgo, transformación, adaptación, incertidumbre, desastre, territorio, prevención, reconstrucción
El flujo medioambiental aborda la arquitectura como mediadora entre territorio, clima y formas de vida. El cambio climático no es un escenario futuro, sino una condición presente que transforma el paisaje, desborda los límites del planeamiento y redefine la idea misma de habitar. Este flujo no busca respuestas técnicas ante la crisis ecológica, sino nuevas formas de pensar la relación entre lo natural y lo construido.
En Flujos comunes, el medioambiente se entiende como una red activa de interdependencias más que como un telón de fondo. Las prácticas que aquí se reúnen exploran modos de proyectar desde la vulnerabilidad y la adaptación, asumiendo el riesgo, la escasez o la transformación como materiales del proyecto. Frente a la lógica extractiva, proponen arquitecturas que reparan, regeneran y reconfiguran su entorno.
El flujo medioambiental invita, en última instancia, a imaginar un habitar capaz de coexistir con la inestabilidad del clima. No se trata solo de mitigar el daño, sino de redefinir la agencia de la arquitectura dentro de los ciclos ecológicos, haciendo del cuidado, la cooperación y la reciprocidad las nuevas bases del proyecto contemporáneo.
Flujos comunes traza una constelación de prácticas que permiten comprender la arquitectura como parte activa de los sistemas que dan forma al presente. No busca establecer fronteras, sino reconocer relaciones: entre materia y energía, entre información y cuerpos, entre territorio y clima.
Más que definir una estética, esta bienal propone una posición. Una forma de mirar la arquitectura desde su capacidad para implicarse en los flujos que organizan lo común, para actuar críticamente sobre ellos y, desde ahí, imaginar otras formas posibles de habitar.