57 años después de inaugurarse, el símbolo político más importante de Lisboa se muere y encara una reestructuración inminente. Un proyecto de restauración firmado hace 18 meses, dicta la necesaria sustitución de 13 secciones de su vano antes de que su imagen se pierda para siempre.
Actualmente la arquitectura desaprovecha 5000 toneladas diarias de acero que se tiran a la basura, contaminando en todo ese proceso. Pero el acero es un material que no pierde sus cualidades. Las herramientas ya estaban en Lisboa, solo había que utilizarlas.
Por eso se decide tomar el germen político, el deterioro y las patologías como oportunidad de proyecto. Una operación que nace desde la responsabilidad material.
2700 toneladas de acero como material de construcción gratuito, que, gracias a su reciclaje, dejarán de emitir 10000 toneladas de C02 y que pueden ser regaladas a la ciudad de Lisboa reintegrando el puente en la trama urbana. El proyecto pasa a considerarse un proceso, englobando desde la técnica hasta el diseño.
A partir de aquí, se desarrollan tres intervenciones en la ciudad de Lisboa. Lo más bonito es que podrían ser 3 o podrían ser 30, podrían ser grandes artefactos o albergar escalas más domésticas, narrativas completamente distintas que están implícitas en el proyecto.
El resultado: un puente que ha cedido sus partes, que ahora está más joven, un monumento que ya no solo se observa desde lo lejos, sino que lo estamos tocando a la vez.
Lo que fue puente ahora es ciudad y el monumento sigue siendo de Lisboa.