La idea era hablar de Zagreb.
De sus límites y sus vacíos urbanos.
La idea era hacerlo centrándonos en uno en concreto, en las ruinas de la antigua fábrica de ladrillos Ciglana Zagreb, donde surge un proyecto en forma de protocolo en tres momentos: localización, reactivación y ocupación.
Un protocolo de reactivación de este paraje compuesto de tres lugares. Una fábrica sin función ni chimeneas, una cantera a medio explotar y un puente que ya no une nada.
En ellas se introducen activadores cuya materialidad habla del lugar y del tiempo, buscando una construcción ligera y sostenible, dejando una huella mínima y controlando su vida útil de manera consciente de la obsolescencia propia de su función, evitando dejar cadáveres arquitectónicos en las ciudades.
El puente se transforma en bisagra, cosiendo en horizontal y en vertical, convirtiéndose en puerta del proyecto y en lugar donde quedarse.
En la cantera, la propia arcilla se convierte en soporte y en vacío, acogiendo una serie de formas regulares en el paisaje, que se contraponen a la naturaleza despeinada que se apropiará de ellas.
En la fábrica todo estaba ya ahí. Tres volúmenes activadores se posan sin invadir, casi sin molestar, a aportar los espacios servidores que necesitaban las ruinas para volver a ser vividas, invadidas, transformadas.
La idea era no dejar más huellas que las que me encontré. Era pensar en lo que estos lugares fueron, en lo que serán y en lo que, durante un ratito, podrían ser.